Cuerpos



Esta foto me encanta. Mi amiga Cassandra, que amablemente me la cedió, la tomó en un Centro Comercial caraqueño, y sabiamente la llamó “Sólo en Venezuela”. Creo que el título apunta menos a la exclusividad del diseño que a esa sorpresa que nos causa, a veces,  la necesidad de exhibición desde la exuberancia. Es evidente: te obligan a mirar los senos, a que te cuelguen los ojos por las curvas o el carmín de los labios. Para eso están allí.  Sin embargo, lo que me gusta de la foto es precisamente cómo podemos jugar y hacer rodeos variopintos en torno a esas exuberancias corporales: “el amarillo es un color de mala suerte” podría pensar alguien no sin cierta arrechera o envidia; “la vida en esos cuadritos no se ve nada mal”, “yo quiero una de cuadritos así”, o directamente “¡qué bolas de lolas!", "¡yo quiero que me queden así!” y para los/as más suspicaces: “¡qué horror! Se ven como exageradas ¿Verdad?” Judith Butler escribió un libro estupendo llamado Cuerpos que importan: sobre los límites materiales y discursivos del sexo (1993) y mientras contemplo la foto, me temo que hasta sus más férreos adversarios tendrían que aceptar que estos maniquíes están más de su lado que del de ellos. Porque estos cuerpos sí importan, y mucho. Porque son importados y exportados, porque se manufacturan en el mismo momento en el que nos detenemos a mirarlos -despectivamente o no, da igual; porque nos permiten vislumbrar nuestros deseos y quedarnos en nuestro asombro ante tanta banalidad curvilínea o, precisamente, por tanta riqueza curvada.  Que habrá quién se estampe contra la vitrina recordándose que ese maniquí podría ser, o de plano es, ella o él. Y esas fantasías-deseos son tan importantes como la necesidad de canalizarlos (¿regularlos?) a través de esas muñecas pensadas para ello. Porque ellas recuerdan también, y en esto no hay nada de fantasía ni de juego, que las prótesis de mamas exuberantes oscilan sin complejos entre  la estética más irracional  de moda y la medicina en su lucha contra el cáncer de mama (o los miomas, los quistes, o todo junto). Si estas muñecas pudieran hablar, quizá dirían que son sólo producto de nuestra imaginación y que los construidos y exagerados somos nosotros, con nuestros cuerpos frágiles y necesariamente moviéndonos entre la estética  y la medicina curativa. A lo mejor,  si pudieran llegar a padecer de algún dolor sería precisamente el de que alguien osara mirarlas con indiferencia. En este caso, quizá serían capaces de soportar  mejor el dolor de espalda que el del orgullo herido, pero también  se resarcirían del agravio sabiéndose imágenes de cuerpos importantes y del único que vamos teniendo en este nuestro mundo. 

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