La espera
"(...) Pero yo te sufrí. Rasgué mis venas,
tigre y paloma, sobre tu cintura
en duelo de mordiscos y azucenas.
Llena, pues, de palabras mi locura
o déjame vivir en mi serena
noche del alma para siempre oscura"
tigre y paloma, sobre tu cintura
en duelo de mordiscos y azucenas.
Llena, pues, de palabras mi locura
o déjame vivir en mi serena
noche del alma para siempre oscura"
El poeta pide a su amor que le escriba.
Federico García Lorca
“Menos mal que no llueve”, pensaba Nacho, mientras miraba con ansiedad hacia el patio. Se estremeció con el roce distraído de su mano al
mirar sus deberes. Su bolígrafo azul ya había dado el visto bueno a sus largas y tediosas caligrafías. Todos estaban muy
quietos; ninguno se atrevía a molestarla mientras revisaba las tareas. Sin
embargo, para él todo se movía, el entorno eran ondas como cuando tocaba suavemente el agua tranquila del río. Verla era sudar, agitarse,
correr sin parar, mecerse como las hojas en el agua. Odiaba que fuera tan alta. Sólo faltaban quince minutos para el recreo. Se
dijo que sería mejor tranquilizarse; no quería que sus manos sudaran más. Sabía que tenía que
hacer todo rápido. Lo había escrito en sus cuadernos muchas veces para no olvidar ningún detalle: saldría corriendo, se mecería en el columpio con furia, y de
golpe se lanzaría al piso. Lloraría. Gritaría. Laura, su maestra, vendría en su auxilio, y ahí,
entonces, sus labios rojos ya serían pan comido.
Comentarios