La niña de Las Acacias

"Agradecimiento"

Debo mucho
a quienes no amo.
El alivio con que acepto
que son más queridos por otro.
La alegría de no ser yo
el lobo de sus ovejas.
Estoy en paz con ellos
y en libertad con ellos,
y eso el amor ni puede darlo
ni sabe tomarlo.

No los espero
en un ir y venir de la ventana a la puerta.
Paciente
casi como un reloj de sol
entiendo
lo que el amor no entiende;
perdono
lo que el amor jamás perdonaría.

(...)
Es gracias a ellos
que yo vivo en tres dimensiones,
en un espacio no-lírico y no-retórico,
con un horizonte real por lo móvil.
Ni siquiera imaginan
cuánto hay en sus manos vacías.

"No les debo nada",
diría el amor
sobre este tema abierto.

Wislawa Szymborska
De "El gran número" 1976     
Versión de Abel A. Murcia



 Little Red Riding Hoot (2008)
Ilustración de Alice Guicciardi

1

Juan Carlitos S.S.

Hijo de F. S y de M. S. de S., padres del insigne muchacho que en el colegio nunca pasó de ser el hijo de la maestra. No te concederé jamás el escribirte completo. Te coloco así, medio hecho. Te nombro a medias. En esa época te decían el Esese porque tus apellidos siseaban. Sonaba divertido. Éramos pequeños y el negro Benito, el gran amigo de todos, bromeaba con tu nombre. Eras el hijo de la maestra. No diré su nombre. No quiero llamarla por su nombre. ¿Para qué?  Después de todo, ella hizo todo lo que pudo; o eso es lo que recuerdo.

Juan Carlos

 Hijo de F. S y de M. S. de S. Padres de insigne muchacho que iba al liceo a copiarse de los exámenes de Lisandra.  Nadie podía ni quiso verlo, ¡ay! con lo guapo que eras Juan Carlos. Te las sabías todas. Lisandra siempre creyó que si te copiabas de sus exámenes, terminarías por quererla. De mí no podías copiarte porque  a mí ni me mirabas. Tu inglés nunca pudo ser bueno porque dependías de Lisandra. Y ella un día dejó de querer que la quisieras; y se fue del colegio, y todos supimos -sin saber- que tú habías dejado de ser el Esese y eras el Juan Carlos que ya no podría copiarse jamás de ningún examen.

El Juanca

Después de que se fue Lisandra, comenzaste a ser el Juanca. Y desde entonces, te ataste al medio nombre por el que ahora mismo se figura tu rostro. Es al revés ¿entiendes? En tu caso tiene que ser al revés. No es tu rostro sino ahora un medio rostro. El Juanca viene. El Juanca se fue del país. Al Juanca lo fueron. Lo vieron en el Centro Comercial con su novia, una tal Laura que conoció en el Instituto. Al Juanca lo fueron pero lo volvieron y se enmendó. Al Juanca nadie pudo verlo bien. Todo ocurrió en la casa de sus padres. ¿Quién puede mirar por la ventana de esa casa rodeada, como está, de unas acacias frondosas pero estáticas? ¿Te imaginas que una de sus ramas te hubiera alcanzado como un latigazo? Los filosos bordes de las aceras te perdonaron alguna vez de las tantas que te caíste sobre ellos. La compasión, como casi todo en esta vida, se nutre de gestos equívocos.

Juan Carlos Sosa Silva

17 años
Tez blanca
1:79 de estatura.
Ojos marrones
Cabellos marrones

Dirección
Teléfono
Hijo de

De vez en cuando, hay que agradecer que la burocracia sea un permanente estado de espera en el que nos desdibujamos en medio de las sombras de los documentos.  El Juanca existe en los papeles, las denuncias, las órdenes de arresto, las fianzas. Sé que no es suficiente. Todavía te escabulles en medio de las lágrimas de tu mamá, la maestra, y de las imposibles miradas de tu padre hacia la habitación. Tus hermanos no saben bien nada. Tus tías te adoran. El Juancarlitos, chico, jamás podrá ser el Juanca mientras en esta casa haya vida. Pero hay documentos con tus datos exactos. Sin ambages, pueden someterte al irreversible proceso de ser nombrado una y otra vez para no hallar nunca el documento final; el necesario para desaparecer.

J.C.S.S.
Te redujeron a las iniciales en la nota de prensa que dedicaron al caso de la niña de Las Acacias. Te concedieron el anonimato, como la grieta cobarde que tienen todos los discursos; los mismos que nos enmascaran y nos desnudan. ¿Cuántas miles de personas aquél día de junio  se detuvieron a leer la breve noticia que apareció en el periódico? Pocos datos, es cierto, pero ¿para qué mas?  A mí me bastó leer esas iniciales para comprender que habías regresado. Que era cierto que habías vuelto. No aparece la inicial de Laura, tu novia. ¿La niña de Las Acacias? Por ella hubiera querido fallar en mis cálculos. En Las Acacias, en una de esas casas señoriales -que aún quedan ocultas gracias a esos inmensos árboles que destrozan las aceras de Caracas- vivían tus papás, y luego sólo tu mamá, la maestra, con tus dos hermanos. Una tarde junto a mi madre, nos encontramos a la maestra; nos invitó a pasar; nos convidó café, leche y galletas. Nos mostró tu habitación; nos llevó al hermoso patio trasero que tenías como un privilegiado en medio de una ciudad que le da la espalda a sus árboles. Conocí tu casa y te descubrí en los cuentos de tu infancia mientras recorría la galería de fotos enmarcadas que tu mamá tiene en una repisa atiborrada de recuerdos, incluido el de su boda.  Estoy segura de que  tu madre te contó que nos vio y que lo olvidaste. Como olvidabas todo, menos cómo copiarte en  los exámenes.






Adora in the Sky 2 (2012)
Ilustración de Amalia K
2

Claudia

¿Cuándo dejaste de ser soñada, mi pequeña? ¿Alguna vez lo fuiste? ¿Cuándo pasaste a ser un trozo en discusión, un excusa para el oprobio?
Claudia es una forma excluyente. Tiene cuatro años pero no logra sonreír como se sonríe a esa edad. Claudia espera a ver si vuelve otra fiesta para saltar y reír sin peligros, sin fines de semanas de turno.
¿Cuándo dejaste de ser soñada, amor mío?
¿Cómo es que te convierten en pesadilla? Tienes un cuerpo pequeño y frágil. Y ni tus ojos y cabellos claros pueden ser el punto de mira de ninguna pesadilla atroz. El lobo feroz existe y te arañó. En este cuento, las abuelas esconden al lobo. Se lo comen para que no lo encuentre el cazador aunque este trepe las acacias porque, después de todo, parece que algo pasa en esa casa rodeada de árboles hermosos.   Éstos, además, no lograron detectar al depredador; quizá esa especie existía sólo en la imaginación de mi abuela. Recuerdo que siempre contaba la historia de que las acacias eran capaces de segregar un veneno para ahuyentar -digo yo que eso puedo llamarlo así- a las bacterias extrañas, a los cuerpos invasores.  Quizá, por eso, eres el olvido premeditado. 
Los papeles te protegen, pero estás fuera de ellos cuando descansas en tu casa. Allí rondan las alimañas. Tu madre te soñó pero te le perdiste en el camino. Las pastillas no le ayudan ni siquiera a recuperar el sueño propio, el que le permitiría descansar para levantarse al día siguiente y gritarle al mundo que su niña padeció los rigores del primo y sus miserias.
¿Cuándo, pequeña, dejaste de ser para convertirte en un mejor-no-hablar-del-asunto?
Lo siento tanto. Desde aquí eres mi sueño; allí eres  libre. Como Claudia, con un nombre imposible de acortar sin quitarte entera.
Suéñate, mi pequeña.  Tu único sueño descansa en tus ojos claros, en tu risa tímida, en tu tez transparente.
Puedes mirarte al espejo para reírte y jugar de nuevo.  Lejos de las pesadillas de los otros, eres tu mejor umbral.
Intenta, por favor y  contra los bordes filosos de las aceras, ser tu mejor sueño, mi pequeña Claudia.




Página de Alice Guicciardi: http://aliceguicciardi.blogspot.com.es/2008/10/blog-post_9473.html

Página de Amalia K http://amalia-k.blogspot.com.es/ y http://www.flickr.com/photos/amalia_k/

Comentarios

taty ha dicho que…
Me siento como si me hubieran apedreado el corazón.
Diana Medina ha dicho que…
Querida Tati: te agradezco que hayas dejado tu comentario. Hay relatos que, a veces, nos dejan aislados y adoloridos. La buena compañía ayuda a re-leerlos, escribirlos o mirarlos con más ánimos.
Un abrazo.
maria candel ha dicho que…
Hoy pase a saludarte, Diana

Un fuerte abrazo

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