Comida en los árboles

"Pasa el árbol y se queda disperso por la Naturaleza.
Se marchita la flor y su polvo dura siempre.
Corre el río y entra en el mar y su agua es siempre la
que fue suya.
Paso y me quedo, como el Universo."
El guardador de rebaños
Fernando Pessoa

                                                                        Sisters

Claro que de los árboles pueden colgarse miles cosas. Lo que sucede es que además de ser una metáfora, colgar cosas en los árboles  es una estrategia de sobrevivencia. Sucedió pues que mientras celebrábamos el cumpleaños de una amiga, su vecino nos contaba cómo junto a su esposa acababan de realizar durante una semana una expedición -una de muchas-  a las montañas boscosas entre dos Estados en USA (¿Luisiana, Florida o Alabama?, no lo recuerdo). Cada uno llevaba encima unos 25 kilos aproximadamente (comida, colchonetas, ropa, etc.), y pernoctaron las noches cerradas y con miles de ruidos alrededor en  refugios de tres paredes, sin puertas ni más seguros que la buena suerte. Caminantes que, además,  debieron colocar todo su equipaje en los estantes más altos de ese refugio para que los osos no los alcanzaran.
                                                                     Catwoman
Los osos suelen tener más miedo de los humanos que nosotros de ellos. Se les espanta, se les asusta. Pero, como sabemos, en un bosque tan grande, las manadas intentan conseguir comida y, lo que más me sorprendió del relato del vecino, fue la posibilidad considerable de ser atacado por uno de ellos. Cuestión de suerte, prudencia y conocimiento sobre cómo evitar en la medida de lo posible que los osos se acerquen. Lo llamativo es que ellos vienen en búsqueda de comida, y todos sabemos que si ellos se la comen, la pregunta es  qué come uno para, mínimamente, tener la energía y el tiempo suficientes para regresar por donde se vino y ponerse a salvo cuanto antes.

                                                                  The promises

 Con estos peligros acechando se debe mirar, además,  hacia la copa de los árboles. El principio es el mismo: a lo largo del bosque hay zonas en las que los árboles tienen poleas para que se ate la  bolsa de la comida, una sartén, un abrigo o lo que se tenga a bien dejar, ya no sólo para proteger la comida de los osos sino, además, para proveer a los posibles expedicionarios de lo que pudieran necesitar y que los caminantes se ven obligados a dejar.
Sucedió entonces que antes de salir de excursión, la esposa del vecino le había dicho que por esta vez no llevarían frutos secos. Su esposo no sólo cedió sino que dado el peso total que llevaba encima, agradecía no aumentarlo. Ya se sabe que cuanto más se camina hasta las hojas de los árboles sobre los  hombros pesan como plomo.
Sin frutos secos y con los osos rondando, esta pareja se encontró con un árbol lleno de bolsas. En una de las que bajaron había una notita que decía algo así: "Tenemos miedo porque han aparecido muchos osos. Nos regresamos" Para sorpresa de la pareja, la bolsa estaba llena de frutos secos. Suculento manjar que contra todo pronóstico el vecino no sólo cargó sino que compartió con la ya resignada esposa ante lo que algunos llamarían señales del destino.

                                                                   Come fly with me

 Eso de colgar la comida me llevó por caminos de la memoria, quizá porque como ritual social que suele ser, uno comparte más que una mesa y, no pocas veces, menos que un recuerdo.  Hay personas a las que rememoro sobre todo por la comida que compartimos,  nos brindamos, nos negamos, nos quitamos o nos peleamos. También están las de las comidas imaginadas, elaboradas para una ocasión en la que la realidad cediera ante la terca imaginación o al vulgar fantaseo. Algunas otras comidas, como esas bolsas del camino, estaban listas para mí pero no pude ni quise verlas, y menos tomarlas.
De alguna manera, la memoria se hace árbol y tiene colgados recuerdos. De alguna manera, también, el árbol es sólo una extensión del cuerpo. Acaso por esa razón, las bolsas más que colgadas, se adosan con el paso del tiempo. Algunas llegan a tener su propia nota: "Hay demasiado miedo o dolor alrededor; me devolví" o "Bájela con cuidado. No es frágil; sólo única".

                                                                   Pflanzenthiere
Entre entuertos y afectos, emergen entonces los recuerdos colgados.  Hay  recetas y comidas que pertenecen por derecho a otras personas, y éstas entran  a la cocina cuando las he evocado o he intentado hacerlas de nuevo. A veces, en la cocción rememoro formas de cortar los vegetales, el descuido con la sal, la pelea previa a una cena fría, el desayuno frugal después de una noche de cuerpos en batalla. También se acomodan con seguridad las esquinas y calles de Caracas donde después del recorrido por las bibliotecas, terminaba en tugurios con los mejores pasteles de carne o empanadas de pollo y jugos de guayaba. 
Si cada comida jalona una historia, una geografía gastronómica quiero creer, entonces,  que  pueden librarse con cierta ventaja de los osos, que están allí para marcar la ruta todas las veces que recorra mi frágil memoria, aunque ya no estén cerca las esquinas del centro de Caracas, ni los amores de la batalla, ni los cuerpos que alguna vez fueron artífices del banquete o responsables de la acidez estomacal. 
¿Caricias imposibles? El hervido de gallina y las hallacas de las abuelas lejanas.
¿La caricia del regalo? La abuela, la verdadera, la que llegó un día con sus  conservas, sus besitos de coco y las tortas de cumpleaños. El destino era noble cuando ella estaba cerca.
                                                                 The cherry tree
El cuerpo de la memoria se recrea un instante en las calles de Turín. Un rissotto al vino o una cena copiosa de Navidad con lentejas y grappa como inicio y fin, respectivamente, entre las familias que me han ido acogiendo en este sempiterno deseo de regresar de allí de donde salí mientras voy a donde nunca imaginé que pudiera ir.
Queso crema con pimentón, fondue de queso sobre base de pan gallego, pasta con salsa pesto. Manjares que acabaron estrepitosa y lamentablemente en una amarga necesidad de olvidar. Curiosamente, unas crepes dulces en un restaurante parisino muy sencillo sellaron una ruptura extraña, dolorosa y, quizá, necesaria, porque la comida puede caer mal siempre que no haya ganas de querer.

                                                             Sleeping beauty's dream
¿Una caricia extraña? la chalupa con atún, plátano y queso blanco. Probada por primera vez en casa de una amiga que junto a su reciente matrimonio e hijo, me decía con ternura lo feliz que era y lo que lamentaba el que no la hubiera acompañado en los últimos años.  Su mesa siempre ha estado llena de la delicadeza del mimo, de la escucha posible, del afecto.
Una de esas bolsas que quedarán para el próximo viajero: empanadas de atún y queso, barquitos de calabacín con estofado de atún, chicha andina, yogur casero. A estas bolsas las ahogó el alcohol. No hubo manera; aún así quedaron colgadas. Finalmente, hoy nutren la savia del árbol. No recobrarán vida pero hasta la cerveza ocupa un justo lugar. 

                                                                       The view

Todo viaje por los resguardos implica mirar de frente lo que se fue de las manos sin poder evitarlo. Pero antes de eso hubo vierias gratinadas, ratatouille, sardinas al horno de leña, foie gras de conejo, ensaladas miles con escarola y ajo.  Unos padres franceses, trabajadores, incansables y nobles con uno de los mejores aceites de olivas caseros. Verlos trabajar la tierra, sacar con ellos los tomates o las frambuesas; comer lo que producían. La generosidad, en definitiva. Una polea oxidada que al final  ni el mejor aceite de oliva ha podido engrasar.
Bajar del árbol la niñez es una fiesta de panes con azúcar, de leche en polvo con azúcar, de pan con queso amarillo y mermelada de fresa, de plátano frito con queso blanco, de arepas rellenas con carne mechada. Hubo miles de jugos naturales; una de mis herencias más queridas. Las empanadas de cazón o las arepitas dulces de El Palito fueron la parada obligada, la recompensa del madrugonazo para entregar los tiempos arreglados.
Cuelga y brilla a lo lejos el café que se tomaba mi abuelo cuando iba a visitarnos, así como que el que se tomaba cada día al levantarse a las 5:00 am. Negro, negrísimo y con poca azúcar. Su aroma, su vigor, su energía. Todo eso que extraño.
Las teorías literarias se cocinaron, abjuraron, recrearon y repitieron junto a un risotto al vino, al magret de pato.Y con vino, cigarrillos, humo, y vuelta a empezar. Nuestro lugar en la cultura no lo supimos nunca, pero no perdimos de vista el vino para pasar el trago de saberse a la deriva.
El cine nunca ha gozado del privilegio de una comida en especial. Pero sin él muchas de las bolsas ya hubieran sido devoradas por los osos. 
                                                                        Man in tree
La comida imposible fue la mejor prueba de que juntos éramos dos cuerpos irreconciliables. Como el vino y el aceite combinados a juro, sin gracia: salmón al vapor con vegetales gratinados. Las paellas, en cambio,  fueron el  modo concreto de las querencias dominicales como ritual. Del sexo. Del intermedio. De la tregua amorosa. Hubo, finalmente,  etapas de sin-comida. Esas bolsas existen, vacías, como recuerdos de timos y  auto-goles.
Con todo, no hay osos en mi recorrido. O eso creo. Quizá estén agazapados; puede que acaso distraídos de lo que por allí cuelga.  Por si acaso, si el olvido es una forma de oso incombustible, mejor vuelvo a  girar  las poleas para subir de nuevo a la copa de los árboles cada una de estas bolsas que forman parte de un refugio abierto. Por momentos, puede correrse el riesgo de querer subirse con las bolsas, pero entonces, ya seríamos un recuerdo. Y para eso habrá tiempo. Todo se andará, incluso esta ruta que harán otros, si la suerte me acompaña.


                                                                         Stranded

Todas las ilustraciones pertenecen a Catrin Welz-Stein.
 http://catrin-stein.imagekind.com/store/gallerylist.aspx


Comentarios

maria candel ha dicho que…
Diana, que hermoso texto, me encanto hacer contigo este recorrido a través de los platos de la infancia, de otros tiempos..., colgados en la memoria como ramas, que dan cuerpo y vida al árbol.
Preciosas las imágenes y el nuevo formato de tu blog.

Un abrazo bien grande,amiga
Diana ha dicho que…
María, tu visita siempre es un honor, tu compañía un privilegio y tus comentarios un aliciente. Muchas gracias por comentar. Por todo. Un gran abrazo.
Unknown ha dicho que…
Excelente Diana, admiro tu talento narrativo!

No pude evitar recordar esas excursiones con 16 años de edad subiendo por la ruta de Miguel Delgado hacia el pico Naiguatá (actualmente saliendo de la Univ Metropolitana) pasando las ruinas de Meztiate había un refugio no con bolsas en los árboles pero si con comida poco perecedera, azúcar, café, sal, alguna lata de sardina, para los excursionistas de esa olvidada y muy poco transitada ruta.

El acecho no era de osos pero había que tener el ojo activo con los cunaguaros que más de una vez se llevaron restos de comida del “cooki” (cooking set) o utensilios de cocina ligeros de excursión.

Un abrazote, Pedro
Diana Medina ha dicho que…
Pedro: qué maravilla de experiencia en un sitio tan especial. Esta es una bolsa colgada que bajaré cada vez que pase por acá. Gracias por dejarla. Un gran abrazo.

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