Nubes terrenales II


 En esto de tomar fotos a las nubes, a veces aparecen siluetas que le otorgan un valor sentimental añadido a la toma. No es la pretensión que nos entra cuando somos turistas y  queremos fijarnos, anclarnos en ese instante como testimonio vívido del momento. En estos casos importaban las nubes y estas siluetas aparecieron o, más bien,  en su estar allí, se cruzaron como viandantes inesperados.



Del mismo modo en que una estatua, un poste o un alumbrado nos delinean un paisaje en la lejanía, el poema de Wislawa Szymborska es una otra silueta que atraviesa, delimita, contrae toda página en blanco como ésta.
LAS NUBES
Con la descripción de las nubes
debería darme mucha prisa,
en una milésima de segundo
dejan de ser ésas y empiezan a ser otras.
Es propio de ellas
no repetirse nunca
en formas, matices, posturas y orden.
Sin la carga de ningún recuerdo
se elevan sin problemas sobre los hechos.
¡De qué van a ser testigos!,
en un segundo se disipan en todas direcciones.
Comparada con las nubes
la vida parece tener los pies sobre la tierra,
se diría que es inmutable y prácticamente eterna.
Frente a las nubes
hasta una piedra parece un hermano
en el que se puede confiar
y las nubes, nada, primas lejanas y frívolas.
Que exista la gente si quiere,
y después que se muera uno tras otro,
poco les importa a las nubes
esas cosas
tan extrañas.
Sobre toda Tu vida
y también la mía, aún incompleta,
desfilan pomposas igual que desfilaban.
No tienen la obligación de morir con nosotros.
No necesitan ser vistas para poder pasar.

Quizá  las nubes se asemejan a los gatos en eso de aparecer como autosuficientes, coquetos, impasibles al acontecer del entorno pero rondando a sus amos, apropiándose de sus espacios y dándole un sentido siempre dudoso al verbo domesticar. Puede que aunque nunca sean del todo domesticables las nubes, como los gatos, nos permiten atrapar eso que llamamos casa, y convertirlo a cuenta gotas en hogar.

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