Cuatro en fila





  I

“Ponte en la cola, como todos”. La mirada del vigilante fue casi un empujón y, escapada del cole, Irene prefirió no buscar problemas, así que ocultándose entre los niños corrió hasta el final de la fila. Desde allí daba saltitos para ver si lograba calmar su sorpresa. Sobre todo, quería comprobar antes de que llegara su turno y la payasita le entregara caramelos y globos como recuerdos de la fiesta. Si conseguía saber si esa mujer disfrazada y maquillada de payaso era su madre, regresaría a casa segura de dos cosas: no preguntaría más por la nueva oficina y no deambularía por ningún otro parque. Quizá, hasta dejaría de escaparse.

II
“Ponte en la cola, como todos” dijo Julio con una sonrisa tan generosa que Miguel se emocionó.
–¿En serio te gustaría que te dijeran eso cuando murieras?
–Pues claro. Miguel, aún eres un novato, pero debes saber que en este negocio nosotros dejamos de hacer colas; nos acostumbramos rápido a llegar, a hacer nuestro trabajo y largarnos tan pronto como podamos. Una pistola siempre te abre las puertas y desbarata las esperas.
–Pero, Julio ¿cómo crees que Dios nos diría eso?
Pisoteando el cigarrillo contra el asfalto y tratando de sonreír como antes, Julio respondió:
–¿Y quién ha hablado aquí de Dios, carajito?
III
“Ponte en la cola, como todos”… Como ese pendejo se vuelva a salir, le pego un tiro. No joda ¿Qué se piensan estos? ¿Aquí? Aquí mando yo. Claro, estos muertos de hambre creen que tenemos que calarnos sus arranques ¿Y qué si tienen que esperar para comprar comida? Será peo mío… Deberían agradecer que el Coronel nos dio órdenes de no perder la compostura. Coño, ya está la vieja esa otra vez… ¡Ah, no! Mejor, se metió. ¿Y la carajita ésa tan buena ya entró? ¡Qué rápido! Seguro que si le hubiera podido decir que tengo mi mercado hecho en la comandancia, me resuelvo la noche. Qué ladilla aguantar a este gentío. El Coronel ése, medio mamita, como que  se peló: si esta gente se pone intensa y vaina, yo ¡pum! Plomo y listo. Porque si no me pongo pilas, no asciendo. Alguna cosa así de arrecha tendré que hacer ¿no? Porque de colas no se vive.
IV

“Ponte en la cola, como todos”. Con esa indumentaria de bata y delantal amarillentos  y pantalones desgastados, mi abuelo parecía aún más extraviado en el tiempo. Traté de llevármelo a la habitación para darle su medicina. ¡Qué te pongas en la cola, Marina! Lo solté de golpe. Ya conocía esos días en los que me ordenaba irme al final aunque me tocara mi turno y el silencio eterno que hacían mis primos y mis tíos cuando lo veían así. No quise estropearle la fiesta. La guinda era la cesta que llenaba de naranjas  y nos las repartía junto a la cháchara de su época de campesino. Obviaba, eso sí, el cuento en el que la cosecha se quemó y con ella mi abuela. Y que desde entonces, en cada cumpleaños nos recordaba así vestido cuánto me odiaba aún por haber estado jugando con fósforos aquella mañana lejana y calurosa de julio.



Relato aparecido en el nümero 52 de Los hermanos Chang

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