Low cost




                                                     Foto de Thomas Barbéy
Tomarás los vuelos en clase turista.
Como todos, creerás que tus piernas y tu cuello caben en el asiento
todas las horas, tantas horas de vuelo.
Serás un viajero más, pese a los garabatos de tu libreta.  

Tu reloj impaciente y aletargado,
perderá camino en el segundo vuelo.

Llegarás a tiempo, de todos modos, para ver la primera nevada.
Te espero tanto que ya olvidé si traes equipaje.

Vendrás discreto y sudoroso desde el aeropuerto.
Una mesa con vino y algo de picar.
Me morderás los labios, toda, entera.
Te morderé los labios, todo, entero.
Esquiarás encendido.
Me desarmaré para ti.

No tardes.
Porque un minuto más  me habré deslizado
sin control del borde
sin mover tan siquiera mis sábanas.  

Caducamos antes en los labios que en la boca.
Aún así,  no habrá espacio para abrazos low cost.
Ni miradas.
Ni quejas.
Ni futuros.
Sería como faltarle el respeto a las libretas y poemas 
que nos soñaron lejos -como escapados, un rato, no más- de algunas medianías.

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