Nubes terrenales II
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En esto de tomar fotos a las nubes, a veces aparecen siluetas que le otorgan un valor sentimental añadido a la toma. No es la pretensión que nos entra cuando somos turistas y queremos fijarnos, anclarnos en ese instante como testimonio vívido del momento. En estos casos importaban las nubes y estas siluetas aparecieron o, más bien, en su estar allí, se cruzaron como viandantes inesperados.
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LAS NUBES
Con la descripción de las nubes
debería darme mucha prisa,
en una milésima de segundo
dejan de ser ésas y empiezan a ser otras.
Es propio de ellas
no repetirse nunca
en formas, matices, posturas y orden.
Sin la carga de ningún recuerdo
se elevan sin problemas sobre los hechos.
¡De qué van a ser testigos!,
en un segundo se disipan en todas direcciones.
Comparada con las nubes
la vida parece tener los pies sobre la tierra,
se diría que es inmutable y prácticamente eterna.
Frente a las nubes
hasta una piedra parece un hermano
en el que se puede confiar
y las nubes, nada, primas lejanas y frívolas.
Que exista la gente si quiere,
y después que se muera uno tras otro,
poco les importa a las nubes
esas cosas
tan extrañas.
Sobre toda Tu vida
y también la mía, aún incompleta,
desfilan pomposas igual que desfilaban.
No tienen la obligación de morir con nosotros.
No necesitan ser vistas para poder pasar.
Quizá las nubes se asemejan a los gatos en eso de aparecer como autosuficientes, coquetos, impasibles al acontecer del entorno pero rondando a sus amos, apropiándose de sus espacios y dándole un sentido siempre dudoso al verbo domesticar. Puede que aunque nunca sean del todo domesticables las nubes, como los gatos, nos permiten atrapar eso que llamamos casa, y convertirlo a cuenta gotas en hogar.
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