Una de vaqueros
Todos se detuvieron. Todos volvieron la vista atrás.
- Ésta es la última vez que contemplaréis vuestra tierra…
Mientras terminaba de fumar, a Inés le había parecido que los vaqueros siempre repetían la misma frase en todas las películas. Típico y aburrido: los malos ponen a prueba a los buenos. Quizá por el reflejo penumbroso de la tele, regresaron como al galope, imágenes en blanco y negro de vaqueros e indios, de disparos y terrenos perdidos, quemados por el odio, arrastrados por el viento, deprimidos por el alcohol barato y la vida regada en los matorrales. El viento hacía que la gente se ahogara por las nubes de polvo. Ahora en color: hermoso, claro, aunque un poco forzado, al inicio, y luego vivo y ardiente mientras los ojos de los indios eran tan verdes como su alma buena, y los rostros de los malos eran rugosos como los papeles secados al sol. Encendió otro cigarrillo. No podía dormir, ni comer, ni nada; a lo lejos, la tele encendida con esa película de vaqueros. Tenía la garganta seca. Le ardía el rostro de tanto llorar. No quería hacer ruido. Sus abuelos estaban descansando y ya habían tenido bastante. Mis viejos…y de pensarlos volvió la rabia de la mañana. Sus abuelos amenazados por la gente del pueblo que venían a sacarlos de una casa de 30 años vivida. El alcalde gritándoles que esa mierda era de ellos, y que si no se iban quemarían todo con ellos adentro en cualquier momento; que el papel no sirve y que aquí en este mundo de mierda nadie es dueño de nada y que se metieran la ley por el culo. Sus abuelos saliendo de la casa con ese caminar titubeante que da la incomprensión a lo largo del camino de piedra. A ocupar todo fue la orden del alcalde a la gente del pueblo, mientras su familia y ella intentaban llegar a los vehículos al borde la carretera. Por primera vez en su vida sintió un odio tan amargo que se imaginó prendiéndole fuego a todo aquello con o sin gente adentro, daba igual. Apagó la tele, caminó hacia la pared de la entrada, y después de la última bocanada del día quemó los ojos de John Wayne en el afiche que su abuelo le había regalado cuando ella era pequeña y creía que los vaqueros buenos redimían, como gotas de rocío sobre la tierra desértica.
- Ésta es la última vez que contemplaréis vuestra tierra…
Mientras terminaba de fumar, a Inés le había parecido que los vaqueros siempre repetían la misma frase en todas las películas. Típico y aburrido: los malos ponen a prueba a los buenos. Quizá por el reflejo penumbroso de la tele, regresaron como al galope, imágenes en blanco y negro de vaqueros e indios, de disparos y terrenos perdidos, quemados por el odio, arrastrados por el viento, deprimidos por el alcohol barato y la vida regada en los matorrales. El viento hacía que la gente se ahogara por las nubes de polvo. Ahora en color: hermoso, claro, aunque un poco forzado, al inicio, y luego vivo y ardiente mientras los ojos de los indios eran tan verdes como su alma buena, y los rostros de los malos eran rugosos como los papeles secados al sol. Encendió otro cigarrillo. No podía dormir, ni comer, ni nada; a lo lejos, la tele encendida con esa película de vaqueros. Tenía la garganta seca. Le ardía el rostro de tanto llorar. No quería hacer ruido. Sus abuelos estaban descansando y ya habían tenido bastante. Mis viejos…y de pensarlos volvió la rabia de la mañana. Sus abuelos amenazados por la gente del pueblo que venían a sacarlos de una casa de 30 años vivida. El alcalde gritándoles que esa mierda era de ellos, y que si no se iban quemarían todo con ellos adentro en cualquier momento; que el papel no sirve y que aquí en este mundo de mierda nadie es dueño de nada y que se metieran la ley por el culo. Sus abuelos saliendo de la casa con ese caminar titubeante que da la incomprensión a lo largo del camino de piedra. A ocupar todo fue la orden del alcalde a la gente del pueblo, mientras su familia y ella intentaban llegar a los vehículos al borde la carretera. Por primera vez en su vida sintió un odio tan amargo que se imaginó prendiéndole fuego a todo aquello con o sin gente adentro, daba igual. Apagó la tele, caminó hacia la pared de la entrada, y después de la última bocanada del día quemó los ojos de John Wayne en el afiche que su abuelo le había regalado cuando ella era pequeña y creía que los vaqueros buenos redimían, como gotas de rocío sobre la tierra desértica.
Comentarios
Un fuerte abrazo y te sigo leyendo.