¿Cómo fue ayer aquí?
"¿Cómo fue ayer aquí?
No hablemos de dolor entre ruinas.
(...)
Por el mismo camino del árbol y la nube,
ambulando en el círculo roído por la luz y el tiempo.
¿De qué perdida claridad venimos?"
No hablemos de dolor entre ruinas.
(...)
Por el mismo camino del árbol y la nube,
ambulando en el círculo roído por la luz y el tiempo.
¿De qué perdida claridad venimos?"
"Palabras para un canto". Blanca Varela.
Cuando mi marido entró en la habitación, no fui capaz ni siquiera de decirle: "Cariño, esto no es lo que parece". Tenía escalofríos y temblaba. Andrés estaba tan absorto viendo toda la habitación que durante unos segundos sentí que nos habíamos quedado inmóviles para siempre, como si alguien nos hubiera pintado con cierta rabia, condenándonos a la quietud de los muertos. Cualquiera con buen ojo sabría que esas sábanas blancas eran el resultado de una histeria matrimonial: nada de colores para la ropa de cama; o que su mesilla de noche era una especie de caja fuerte, y que su armario de caoba pulida y cajones intocables, había sido un regalo de cumpleaños en un día lluvioso y pegajoso de agosto. Cualquiera podría ver que la sangre en mis manos y las fotos ordenadas a lo largo y ancho de la cama resultaban muy chillonas ante la blancura de una habitación que no por destruida había perdido su encanto. Hubiera podido decirle a mi marido que parecía que yo había reventado la cerradura de todos sus cajones avenidos en escondites, hastiada de sospechar, pero que en realidad las fotos llegaron a mis manos como gritos de pesadillas. De pronto, el cuadro se desvaneció: Andrés se movió lentamente y comenzó a recoger las fotos. Creo que lloraba. Yo sólo temblaba como si un témpano de hielo se hubiera posado debajo de mis pies y alguien me hubiera obligado a pisarlo sin quejarme. Cuando pude levantarme de la cama, ya se había ido y no había rastros de las fotos. Amanecía gris y rojo. Me dolía todo el cuerpo. Nunca antes había reventado nada. Cualquier otra mujer hubiera exigido a gritos explicaciones. Quizá el pintor rabioso trazó una amarga pincelada sobre mí que mi estupidez estuvo a punto de estropear. Todo parecía indicar que yo había roto con furia todas las cerraduras sabiendo que él no volvería sino hasta muy tarde. Que la rabia y la ira sólo me permitieron ordenar cada foto desde la más pequeña hasta la más grande, y que pude fotografiarlas, a su vez, con calma. Y que un poco antes de que llegara, no pude resistir más y comencé a gritar y a romper todo en la habitación, menos las fotos. Me hubiera gustado poder preguntarle: “Cariño, esto no es lo que parece ¿verdad?", pero mientras buscaba el teléfono, ya sabía que a las niñas les importaría una mierda lo que él respondiera y yo deseara.
Comentarios
Me doy mi acostumbrado paseo por los blogs amigos, aunque estoy de vacaciones y no escribo, solo leo y disfruto con la lectura de los demás.
Cariños.