oficina intervenida
Asisto a un alumbramiento.
Justo en mis narices,
los chicos al final de la oficina.
Recorro la pantalla de mi computadora,
alzo un poco los ojos
y surgen del cuadro tizianesco para recordar
cómo es que se doblega una sombra
Amago escritura golpeo teclado
enter
parpadeo
los escucho animar el espacio laboral
tintineo del click.
Si él y yo fuéramos amantes,pienso sin malicia,
me tendría a toque de mirada larga.
Seguramente, nos haríamos señas;
soy miope, nada de mímicas, suplicaría.
Que la dislexia me altera y voy dejando gazapos antes que señuelos.
Mi cuerpo enloquecería ante esos equívocos ridículos pero escandalosos.
Prescribiría solo si nos enfadásemos
para volver a teclear y levantar los ojos.
Ellos son amantes cálidos.
Ella lo seduce -juega limpio, lo tiene cerca-
lo abraza al hablarle.
Él escribe para retrasar la despedida de la noche
aunque luego toque cerrarla con ella.
Los tres nos quedamos hasta muy tarde.
La oficina registra nuestro sedentarismo:
las manos manchadas
los ojos cansados
los amores posibles
y hasta los imposibles.
Este espacio se teclea
y así (nos) surge.
Ellos son discretos.
Desconocen que cambiaría un par de cosas de mi vida
mientras los escribo.
Puede que esos amantes fracasen,
-nunca falta el deambular en el vértigo de una herida-.
Puede.
Pero eso solo lo sabe un abecedario desparramado
sobre cualquier piel de oficina.
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