Fotofobia
Foto de Duane Michals
Harta de cubrir ventanas
deshago cada oscuridad de la habitación.
Se ha humedecido el espejo de reojos matutinos
aguantando las punzadas
y el desplome del cuerpo atravesado por luces filosas.
Esa dolencia ahora se extraña de mi terquedad,
se hace la descreída, como amantes insistentes en lo aún y lo posible.
Olvidamos que ninguna explicación aliviará.
Desamor es un verbo perfecto.
Si se le argumenta
razonada
cariñosa
exasperadamente,
se extraña del afán nuestro por reducirlo en plena lucha.
Trituro mis gafas de sol,
un regalo ajustado de aquellos días de ventanales sin asomados.
Solo nos importaba entonces este lado del espejo y de la habitación.
Puede que haya sido la única vez que ocupamos el mismo lado del tiempo.
Camino un rato
y aguanto la luminosidad
que la ciudad reparte
con ingrata generosidad.
No hay fulgor sin ruido.
Regreso a tientas a una casa aún despierta.
El vigilante me saluda e indaga mis ojos descubiertos.
En franca reconciliación con la mixtura de la refracción,
contemplo los estantes de la biblioteca.
Algunos aún conservan tu orden
la silueta de tus decisiones
el color de tus autores preferidos.
Me adueño de nuestro sillón
para aliviar la jaqueca de la luz comiéndome los ojos.
Reviso mi ropa tirada en el suelo.
Ninguna pieza tuya revuelta ni perdida ni dejada.
Tu asepsia muerde; no olvidaré hacer la colada para rematarla.
La habitación se ilumina mejor
a medida que me desnudo.
Me asombran mis venas.
Muchas horas en la oficina
y mi cuerpo adormecido.
Mis ojeras y su poca lucidez.
La noche llega en tu silencio.
No enciendo lámpara alguna.
El naranja de las farolas me recorta en la paredes.
Por las campanadas lejanas
estoy cerca de las diez en punto.
No has llamado ni escrito
ni hablado ni ido.
El naranja de las farolas
es también un suave felpudo.
Me muevo mientras mis ojos se acostumbran a su nueva vida.
No es el fin del mundo.
Me chillan los ojos
pero las ráfagas de colores y los mareos
me emplazan a esperar una sombra
con bríos con palabras con ojos de verdad.
Te mezclaste con las paredes oscuras.
Acaba de volatilizarse tu nombre.
Cuánto deseo que salgas de esta penumbra.
No ha podido con tu desamparo.
Es mejor rendirse ante la evidencia.
Mi fotofobia no alcanza sino a desmantelar una pena de amor,
esos reojos con los que sostuve tu mirada sin mí,
mi mirada sin ti.
Mi fotofobia te inventó.
Tonterías forjadas para vaticinar el sueño próximo
y reventar la costumbre del insomnio.
Pronto serán las seis de la mañana.
Mejor será levantarme antes
y prepararme los ojos en el café,
dejar espacio para la visita de la luz.
Llegará con sus resabios y brillos.
Quizás, hoy lo haga de mi lado,
el de la ventana sin tabiques,
el espejo sin humedades
el tiempo recogido
y conmigo adentro.
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