Gacela de Waller


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Es tal el laberinto que me tambalea. Sabemos del mito de un hilo y una Ariadna.  No sé en qué estarán pensando quienes aún lo cuentan como si no hubiéramos crecido.  Quizá, creen en la inmortalidad. Podría jugar con la idea de que somos un bucle de repetición del día, de la coma tras la oración, del lenguaje dentro de la lengua y de esta dentro de una boca. Contar sobre una sensación de ahogo parecida al atrapamiento de vértigo. Podría escribir que hay un laberinto en cada cuerpo a punto de transformarse en una versión mejorada de sí mismo, en una tierra con casa, en  ojos sin ansias de verse, en una dedicatoria innecesaria porque el libro ha sido escrito para nosotros, en un pasmo de plaza frente a mi ventana con el cuerpo ardiendo después del sexo.  Pero no es el caso. Es un laberinto como cualquier otro, solo que a veces no veo dónde están sus ventanas. Lleva, para honrar la tradición, no uno, sino hilos, paredes de hilos. No existe una Ariadna, que yo sepa, pero sí Fabricios, Cármenes, Teresas o Ming, el camarero de origen chino que cada mañana me trae un café con leche apenas me ve entrar al bar. El minotauro, muy a su pesar, ha tenido que dejarle espacio a otras especies ya no tan perdidas, incluso, poco interesadas en escapar y más en salir. Una de mis preferidas es la gacela de Waller o el gerenuc, mi más reciente aparición mientras leía distraidamente el móvil antes de una entrevista de trabajo. A diferencia de todo lo que he visto  caminando (hacia una salida, se entiende), ella  mantiene la estela de la rareza asociada a la jirafa por la largura de su cuello. Como muchas otras realidades, a ella se la reconoce, además,  por lo que no es ni puede llegar a ser pero podría serlo en caso de que hubiera necesidad de guardar su memoria. Sería muy sencillo reconocerla tiempo después con solo decir "es la especie que tiene el cuello como una jirafa pequeña". Huelga decir que mi animal favorito es la jirafa.   En la elongación del cuello de la gacela caben todas las figuraciones posibles; es más, gracias a su fabulosa imagen, habitamos  esta escritura. Sobre el laberinto bastaría con resumir, por ahora,  que mantiene con pulso su tradición de evadir los centros y las referencias, las pistas hacia la salida. Incluso con tambaleante existencia, las puertas se abren y se cierran como señuelos sedientos de pasos firmes con cuellos de fábula.




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