Brisa verde


 
Desde un interior de cristales muy amplios
contemplo los árboles.
Hay un viento ligero, un movimiento
silencioso de hojas y ramas.
Como algo desconocido
y en suspenso. Más allá.
Como una luz
sesgada y quieta. Lo verde
que hiere o acaricia. Brisa
verde. Y si yo hubiera muerto
eso sería también así.
La caída del Ícaro
Olvido García Valdés
Desde mi ventana veo un árbol delgado con forma de cactus. Sus dos troncos laterales desnivelados, como brazos en jarras, me reciben mientra meto la ropa en la lavadora. La mancha amarilla de la camisa blanca del uniforme insiste en quedarse. Cuando me resigno, veo al árbol. Si le quitara las ramas superiores, con su flacura  y sus salientes laterales podría ser un cactus urbano. Tendríamos que combinar nuestras esencias, me digo, aunque me gusta saberlo siendo él mismo mientras no lo observo.

Entre él y yo median la calle, la acera, un minijardin del edificio y tres pisos arriba. Al ser una calle inclinada, desde mi ventana nos vemos con claridad. Me alcanza el lado más alto de su presencia que los árboles aledaños insisten en disminuir con sus formas exactas de árboles. 

Cada mañana o cada colada, abro la ventana y veo que sigue siendo el mejor posible cactus. Parece uno en aprendizaje de serlo, esperando ser visto como lo que es, un árbol no-cactus. Me digo que el parecido es razonable. Uno sujeta sus elucubraciones con cuerdas tensoras; si el viento ayuda, la permanencia es agradable.  

Al mirarlo esta mañana, he pensado que, por mucho que nos esforcemos, los parecidos nos anulan el sentido de la realidad y, como un boomerang, nos lo devuelven. ¿Los polluelos comen regurgitaciones de sus madres, no? Pues, quizá, se trate de eso, del momento en que al dejar descansar el parecido, se masticara solo, se acicalara  para, al volver, decirnos ¿ves? Solo soy yo que me parezco a un cactus.

Durante la pandemia ha sido más cactus que nunca. Todos tenemos un lado complicado, pero este árbol casi cactus no tiene ninguno, más bien le llegan como ráfagas de metralleta: hay gente que quiere plantas que no necesiten atención constante, gatos que sean muy independientes, ropa que no pida plancharse, comida rápida que sepa a una casera o un mensaje triste que  pueda escribirse solo. Pero es en ese gesto en el aire, en ese extraño  movimiento del cuerpo girado aunque inmóvil, el que acentúa el lado cegado de las cosas.
 
 La ansiedad en las bocinas, el caminar de los vecinos, los juegos de petanca de la plaza del fondo, los balcones, la colada ocurren con un  cactus flaco que me recuerda mi ventana.

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