Brisa verde
contemplo los árboles.
Hay un viento ligero, un movimiento
silencioso de hojas y ramas.
Como algo desconocido
y en suspenso. Más allá.
Como una luz
sesgada y quieta. Lo verde
que hiere o acaricia. Brisa
verde. Y si yo hubiera muerto
eso sería también así.
Entre él y yo median la calle, la acera, un minijardin del edificio y tres pisos arriba. Al ser una calle inclinada, desde mi ventana nos vemos con claridad. Me alcanza el lado más alto de su presencia que los árboles aledaños insisten en disminuir con sus formas exactas de árboles.
Cada mañana o cada colada, abro la ventana y veo que sigue siendo el mejor posible cactus. Parece uno en aprendizaje de serlo, esperando ser visto como lo que es, un árbol no-cactus. Me digo que el parecido es razonable. Uno sujeta sus elucubraciones con cuerdas tensoras; si el viento ayuda, la permanencia es agradable.
Al mirarlo esta mañana, he pensado que, por mucho que nos esforcemos, los parecidos nos anulan el sentido de la realidad y, como un boomerang, nos lo devuelven. ¿Los polluelos comen regurgitaciones de sus madres, no? Pues, quizá, se trate de eso, del momento en que al dejar descansar el parecido, se masticara solo, se acicalara para, al volver, decirnos ¿ves? Solo soy yo que me parezco a un cactus.
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