Memoria del tránsito

 La imagen puede contener: una o varias personas, texto que dice "BEATRIZ SPELZINI FLOR ANTONUCCI MERCEDES SALAZAR JUAN PABLO BARRAGA PATRICIA GARCIA SELECCION SECCION OFICIAL ENCUENTRO DF PRODUCTO FICCI CARTAGENA ¿QUE HARIAS SI PUDIERAS CAMBIAR TU PASADO? ANOMALIA DIRECTED BY SERGIO VARGAS"

 I
En la clase de la Universidad de Barcelona sobre el imaginario femenino en el cine latinoamericano y español alcancé a reseñar Anomalía de Sergio Vargas (Bolivia, 2019), una película que en clave de ciencia ficción, además de enfocarse en un personaje femenino, en este caso, maduro, trata la intervención neurocientífica de los recuerdos como un servicio corporativo para personas que, como Ana, desean volver a vivir los mejores momentos de sus vidas junto a sus seres queridos fallecidos.
Esta irrigación del deseo de vivir más allá de la vida ha aparecido de nuevo hace un rato cuando he escuchado a Jorge Carrión y a Ella, a raíz de sus Podcast Solaris, hablando de la pixelación de la muerte, entre otras formas de perpetuidad, por un lado, pero, sobre todo, de encuentros con otros, conocidos o no, con los que de alguna manera prevalece, si no la felicidad absoluta, sí la conciencia de que esa vida es mejor que ninguna otra.
Aprender a gestionar la muerte es un tema ante el que la tecnología parece llevar una importante delantera.
 
II
Hace unos años, mi mamá tuvo una amiga muy querida que murió un año después de que lo hiciera su padre. Ante la muerte de este, la amiga de mi mamá entró en una dimensión insondable de tristeza. Sea por esto o porque su cuerpo estaba frágil, le detectaron cáncer y comenzó a irse mientras repetía a su propia mamá que ella solo quería estar con su padre; un hombre de origen gallego que la había cuidado y querido como nadie. La amiga de mi mamá murió y recuerdo que tanto su madre, que estaba absolutamente sola, como todos los de la funeraria repetían de una manera muy inquietante que ella ya estaba feliz, pues su sueño se había hecho realidad. 
 
Jorge menciona Días extraños (1995) de Kathryn Bigelow como un antecedente importante en la triada de memoria, muerte y tecnología que justifica la venta de los recuerdos en pequeños discos a personas cuyas vidas están en esos caminos tristes. En ambas se compra el poder recordar, el poder volver a una vida otra, irremisiblemente perdida, a ese miedo indescriptible a la soledad y a la muerte en vida, y a esos recuerdos felices en los que nos reconocemos con la mejor de las alegrías. 
Días extraños (1995) - Filmaffinity
 
III
Uno de los libros recuerdo con especial emoción es de la poesía de Catulo. Lo adquirí en la Librería del Ateneo en Caracas hace años y, como la mayoría de mis libros, allí permanece. Gracias a sus poemas rastreo mi propia genealogía de textos amorosos, como si perteneciera a una estirpe de lectores de poemas de amor, una suerte de comando especial secreto reunido para escuchar poemas aliviando la rudeza que siempre se cuela en la vida.  La poesía es un arte sabio pero disperso; acudo a Catulo como genealogía para marcar un origen de ruta. Por eso, es el recuerdo de un día en el que se juntaron el deseo por leer los versos y por leérselos a mi pareja de entonces. Ese juntura amorosa en el que el pasado más lejano venía a justificar el tiempo de nuestros besos:
 
Vivamos, Lesbia mía, y amémonos.
Que los rumores de los viejos severos
no nos importen.
El sol puede salir y ponerse:
nosotros, cuando acabe nuestra breve luz,
dormiremos una noche eterna.
Dame mil besos, después cien,
luego otros mil, luego otros cien,
después hasta dos mil, después otra vez cien;
luego, cuando lleguemos a muchos miles,
perderemos la cuenta, no la sabremos nosotros
ni el envidioso, y así no podrá maldecirnos
al saber el total de nuestros besos.
 
En ese momento, nos fijamos en lo ilimitado que somos cuando besamos; los besos son incontables, por eso, Catulo los coloca medibles y siempre en aumento. En ese momento, nos importaba más fijarnos en los últimos versos antes que detenernos en los primeros: 
 
El sol puede salir y ponerse:
nosotros, cuando acabe nuestra breve luz,
dormiremos una noche eterna
 
Una noche eterna conjunta fue adonde el tiempo no nos llevó. Más por malos lectores que por jóvenes, no reparamos en esos versos donde la muerte sería una extensión de la vida juntos, una promesa eterna, como se plantea la búsqueda de los que, finalmente, sufren las muertes de sus amores y, con o sin Catulo, desean estar con ellos de nuevo y como siempre. 

IV
Hoy, desde Catulo, leo Memoria de tránsito de Luis Rosales  y me gusta la palabra tránsito: no saber adónde vamos y saber de la condición laberíntica de la memoria:

Los sitios donde has estado
en la memoria los llevo
sólo para ver de nuevo
el rastro que allí has dejado;
la tierra que tú has pisado
vuelvo a pisar; nada soy
más que este sueño en que voy
desde tu ausencia a la nada.
Me hizo vivir tu mirada:
fiel al tránsito aquí estoy.
 
La memoria guardada, pixelada, soñada, resguardada se nos devuelve en la propia fragilidad del soporte, del álbum  con el pegamento desajustado, vencido o aferrando la foto para evitar que nos las llevemos intacta;  memorias digitales -empezamos por 8 Gb y ya estamos sobre los cinco terabytes, porque nuestros archivos son muchos, muy pesados, o ambos, y mejor que quepan sin problemas en un espacio ligero. 
Rrecuerdo caras y voces que hace más de 10 años que no veo ni escucho; y me pregunto qué parte de mi conserva ese recuerdo a todas luces extraviado y cada vez más fragmentado. 
 
V
La obra de David Szauder es también esa anomalía de la protagonista del filme de Vargas; es uno de los riesgos que corremos: que el sistema falle y perdamos aquello que nos mantiene unidos a esas primeras veces en las que fuimos felices, descubrimos poetas o vivimos una plenitud compacta. Que falle la memoria porque se avecinan los olvidos del  Alzheimer, los necesarios como descarga y casancio, los obligados por dignidad, los que se olvidan sin darnos cuenta. Hoy como nunca antes, el futuro es la pregunta sobre nuestras memorias. 
 
David-Szauder_05
 Imagen de David Szauder

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