En la escarcha, el abrigo es una palabra (Desconfinando 5)
Nuestros abrigos se quedaron quietos. Desinfectados y confinados. Desde finales de octubre ocuparon su puesto, y bajaron poco a poco la voz hasta quedar silenciosos. Recién voy conociendo las mañas del piso donde habito; la humedad es una de ellas. A estas ropas les pasó por encima; resistieron susurrando el embate de no poder abrigar fuera de casa. Parecen fantasmas con el rostro cubierto. Cuerpos suspendidos tramando algo; acaso, cómo volver a salir el próximo invierno.
Antes de doblarlos y guardarlos, como si fueran piezas delicadas de un pasado frágil por ido apenas, los dejé unos días en una silla del salón. Por si acaso, por si me atrevía a salir a buscar unos medicamentos para mi hija, o si venía una bajada de termómetros en una Barcelona casi primaveral, por si tenía que bajar la basura a medianoche. Mientras los doblaba y buscaba el espacio que se llevan en el armario, me sentí mal, triste y desolada. Hay demasiada gente que llora a sus familiares fallecidos, mientras sus armarios los esperan repletos de sus ropas. El tiempo siempre se cuela en todas las costuras y parches; en la ropa lo hace a modo de preguntas ante lo inevitable, que esos espacios se quedan despellejados y que no sabemos si, en realidad, se fueron con los seres queridos.
Mejor lo dijo el poeta Joumana Haddad*, en la escarcha el abrigo es una palabra.
Llovía muchísimo la última vez que usé el abrigo verde. En sus bolsillos había dejado notas del último empleo, pañuelos y un frasquito de alcohol; estaba listo para irse solo. Me empapé con cierto gusto de libertad. Por momentos, tuve la certeza de que las calles vacías se debían a la lluvia. Normalmente, era así. A partir de ahora hay que decir con calma la palabra normalmente.
La palabra abrigo, originalmente, implicaba el verbo abrir en tanto dejar algo descubierto. Con el tiempo, y gracias a algunos saltos en las consonantes, pasó a significar algo que nos cubre y protege. Creo que los abrigos siguen rindiendo honores a estas contradicciones, y que, si el día es bueno, no hay prisas en recorrer el camino de ida y vuelta hasta sus extremos.
Normalmente hubiera guardado los abrigos sin reparar en sus alcances físicos ni emocionales, sin creer que los bolsillos son nuestros olvidos sencillos, o que ha llegado la primavera y los verdes reverdecen. Quizá no habrá más normalmente como antes; habrá otros; en uno de ellos, los abrigos volverán a ser mucho más que palabras en la escarcha.
*Parte del poema de Haddad dice así:
Comentarios