Hacer el amor con un dios griego

 

Jorge Luis Borges

En 1979 entrevistan a Jorge Luis Borges por su cumpleaños 80. Divertido y brillante, comenta que María Kodama lee mejor que él el anglosajón que estudian juntos. El periodista le pregunta si es difícil estudiar con Borges, si es de trato suave o agresivo por sus conocimientos, si es divertido o austero en la conversación cuando se trata de conocimientos. Ella, a sus 42 años, habla con dulzura del dulce Borges, entregado al mejor acento que ha escuchado.

Hoy Kodama tiene 83 años y, de unas 15 entrevistas a lo largo de los años que he podido revisar, me asombro y decepciono, me indigno y me entrego por igual ante la mismidad de la condición entre entrevistada/entrevistador. Ellos preguntan lo mismo; ella responde lo mismo:

-Borges era muy divertido

-Le gustaban las mujeres con carácter.

-Él sabía que si le decía que le iba a dejar la herencia, lo dejaría, pues ella es libre y nunca quiso ponerse el Kodama de Borges. 

-Sus viajes y la vez que él quiso estar cerca de un tigre. 

- Borges veía el paisaje a pesar de su ceguera y tenía una memoria prodigiosa.

-Borges no ganó el Nobel porque no aguantó chantajes.

-Borges decidió morir en Ginebra.

-Borges apenas veía cuando ella finalmente la conoció

- Ella lo conoció con el verso que a los 10 años le leyó la maestra de inglés.

- Ella cuenta que su padre japonés le dijo que la belleza es el viento moviendo el traje de la Victoria de Samotracia y ella y Borges lloraron de emoción al verla juntos. 

 

Las mismas anécdotas durante 34 años y los periodistas siguen preguntándole lo mismo: ¿cómo era Borges?

Ella va cambiando algunas respuestas, pero no de posición: "yo hago el amor con el dios griego". Alguno que otro le pregunta por sus propios cuentos, pero desde sus primeros relatos, ella y el mundo de la cultura han mantenido un juego extraño y malicioso sobre quién dice qué, quién desentraña mejor, y ella, legalmente o no, es la que sigue manteniendo la última palabra. Se impone por encima de cualquier otro discurso. Ha logrado ser viuda, mujer fatal, mujer en la sombra, mujer de Borges, mujer libre, lectora, políglota. Quién le preguntará sobre el feminismo o los niveles de machismo, sobre la mujer independiente que se balancea sobre la dependiente de la figuración de su pareja, sobre su mala fama y su dulzura, sobre la Lolita del horizonte o la sexualidad de la que todos quisieron saber y ella, como en todo lo demás, juega, habla, deja caer frases o dice que por ser de origen japonés, no se le pregunta a la gente para evitar que nos mientan.

Insiste en llamarlo amor. Kodama sabe que quienes le preguntan algo, buscan es a Borges.

Ella no necesita publicar cuentos propios, porque ella es su mejor ficción.

Quizá creemos que con Borges todo es factible: creerlo un dios griego es también  depurar nuestra mirada y dejar de preguntar cosas terrenales, pues nosotros, que  somos mortales y finitos,  hemos hecho el amor con dioses griegos que a la mañana siguiente , despeinados y tibios, siguen querido el dulce de las lenguas y la cotidianidad impropia de los dioses verdaderos, o del estilo de Borges en los ojos de Kodama. 

 

Nosotros sabemos que este mundo reparte mezquinamente la genialidad después del último genio parido; lo sabemos, además, gracias a ella a quien le siguen preguntando por él como si aún estuviéramos a tiempo de caer del caballo ante una de sus revelaciones porque ella es el vínculo más íntimo para acceder a ese pasado glorioso. Necesitamos ficciones que nos ayuden a creer que descubrimos el mundo en un giro insospechado, por eso seguimos leyendo a  María Kodama: sabiendo que lo ha dicho todo (o eso nos hace creer), queremos que empiece de nuevo.