¿Quién eres? ¿El monstruo al que queremos o en el que te has convertido?

Mientras veíamos La familia Addams (Barry Sonnenfeld, 1991) pensaba que, si fuera una película de culto, se hablaría de la contención de los personajes principales y del entorno como desborde. La avaricia, la estupidez o el sarcasmo vienen de los personajes considerados, por contraste, los normales. Sin embargo, el juego narrativo normalidad/anormalidad no se basa tanto en que la familia sea ingenua, rica y despreocupada y los demás los observen con estupor y miedo; tampoco en que la casa embrujada y los ancestros terroríficos se reúnan como excusa para entender la dimensión desconocida del poder de la magia y de la vida en el más allá. Como buena película, habla de estas otras dimensiones para terminar enfocándose en el aquí y el ahora. Porque, a diferencia de los demás personajes, el juego narrativo descansa en la premisa de que la familia demuestra permanentemente el afecto y el amor.  Miércoles siempre quiere torturar al hermano, además, lo disfruta; Gomez quiere besar y bailar con Morticia, cuyo acento francés enloquece a su marido. La abuela cocina y protege en medio de una figuración de mujer enloquecida; Fester y Gomez mantienen una sana relación tóxica: odios, culpas, rencores, golpes, duelos, bromas y la incesante necesidad de estar juntos. Dedos, ese trozo de cuerpo autónomo, es el gran apoyo de toda la familia. 

El único terror real es el de desconocerse a sí mismo. En un momento de la inversión, Morticia le pregunta a Fester: ¿quién eres? ¿el monstruo al que queremos o el monstruo en el que te has convertido?

Es curioso que ya desde el cómic de Charles Addams esta familia estuviese idealizada y que el contraste fuese la base de la parodia de una sociedad prejuiciosa, ridícula y exagerada. Se trata de exponer la monstruosidad como esa otredad más amenazada, por la estupidez y los prejuicios de los demás, que amenazante por sus orígenes y comportamientos extravagantes y misteriosos donde la sangre, las torturas y los estiramientos no pierden su valor de peligro, sino que se desactivan en su fuerza dañina incluso para toda la familia.

No en vano, el cómic causó sensación y se adaptó a la televisión como The Addams Family (1964-1966) con la intervención del propio dibujante junto a David Levy. Este formato fue tan fresco, que la familia Addams compartió parrilla con sus vecinos igualmente adorables y extraños: The Monster de Allan Burns  y  Chris Hayward y su estilo Frankenstein que, a diferencia de su referente literario, encontró aquí la familia que se le negó en la maravillosa obra de Mary Shelley. Y en un jugeo de espejos, ambas otredades tuvieron el mismo tiempo de emisión.

 

El mejor personaje de la película de Sonnenfeld es la mujer del abogado, la verdadera bisagra entre los dos mundos y la única de todos que logra cambiar de vida sin más miedo que el propio sentimiento de abandono que la corroe. Lo macabro de las prácticas de vida de esta familia, como la de sus honrosos antepasados, es solo una apariencia extremada que funciona como un hechizo débil, mientras que las prácticas de vida de las personas normales no son aparentes y funcionan sin mayores capas que oculten la traición o la locura.

Ver a Anjelica Huston y a Raúl Juliá de nuevo, por cierto, es fascinante. Ella supera la luz del cine negro (también parodiado) que le colocan, él supera su expresividad de hombre siempre feliz, y la propia cinta mantiene el pulso de escenas breves, rápidas e, incluso, silentes que van más allá de los gags y el exceso visual de la propia casa embrujada.